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lunes, 21 de diciembre de 2009

La justicia requiere distribución desigual de las riquezas

Tomado de Santo Tomás de Aquino, De regimine principum.


CAPITULO IX
Aquí disputa si han de ser las posesiones comunes, porque cierto filósofo llamado Feleas, dijo que se habían de partir igualmente, lo cual es falso, y que así lo sintió Licurgo.



Y porque las opiniones de estos filósofos que referimos trataban de que habían de ser las posesiones comunes, será bien decir de otros que en su gobierno Político trataron de esto mismo.


Dos filósofos hubo que, visto que las distinciones se causaban en las ciudades de que unos tenían abundancia y otros necesidad, quisieron en su gobierno Político que las posesiones se partiesen igualmente entre sus ciudadanos. El uno de estos fué Feleas Calcedonio, del cual habla el Filósofo en el segundo de los Políticos. El otro fué Licurgo, hijo de un Rey de los Espartanos, el cual, como dice Jus-tino, les dió leyes para que siendo iguales las posesiones, no fuese ninguno más poderoso que otro; y el modo que quería tener Feleas en esto le cuenta el Filósofo: y era que esta división se había de hacer cuando se fundase la ciudad teniendo atención a los términos de los campos y al número de los ciudadanos, y no haciéndose entonces, lo juzgaba por dificultoso; y para que esto, después de hecho, se conservase, ordenaba que los matrimonios fuesen de los de mayor estado con los de menor, y con esto se excusaban los pleitos, se evitaban las injurias, y se quitaba la materia de arrogancias y de ensoberbecerse.

Y también les movía de este parecer el ejemplo de otras ciudades; porque adonde hay desigualdad en los bienes temporales, muy de ordinario hay descomposiciones, porque allí hay ocasión de en-vidias y de allí nace la codicia, que, según dice el Apóstol, es raíz de todos los males; y aun el mismo Licurgo, por esta causa, en las leyes que dió a los Lacedemonios, para que se conservase su gobierno Político, les quitó las riquezas artificiales, vedando que hubiese dinero en los trueques de las cosas, sino que las trocasen unas por otras.

Pero el Filósofo reprueba esta doctrina, mostrando ser imposible igualar las cosas, como estos Filósofos quieren, y que por consiguiente era contra razón.

Lo primero se prueba, considerado de parte de la misma naturaleza humana, porque no siempre las familias se multiplican igualmente; porque acontece que un hombre tiene muchos hijos, y otro ninguno; y que en este caso fueran iguales las posesiones fuera imposible, porque la una familia tuviera mucha necesidad, y la otra mucha abundancia, lo cual es contra la providencia de la naturaleza: porque la familia donde hay más hijos de más importancia es para la firmeza del gobierno Político, por el aumento de ciudadanos, que no aquella donde los hijos faltan, y por cierto derecho natural merece mejor ser proveída de la misma República.

Demás de esto, como ya hemos dicho, la naturaleza no falta en las cosas necesarias, y así lo debe hacer el arte del gobierno civil, que faltaría en esto si las posesiones hubiesen de ser iguales, porque los ciudadanos perecieran de necesidad, y de aquí se vendría a acabar la República.

Y no sólo de parte de la naturaleza tiene inconvenientes el ser iguales las posesiones, sino también de parte de los estados y de ellas mismas; porque entre los ciudadanos hay diferencia, como entre los miembros del cuerpo, a que hemos comparado la ciudad que se gobierna en modo Político; y los miembros, así como son diferentes, tienen diferente potencia y operación; porque claro está que el noble tiene obligaciones de gastar más que el que no lo es. De adonde la virtud de la liberalidad se llama en el Príncipe magnificencia, por los grandes gastos. Y esto no podría ser adonde las posesiones fuesen iguales. Por lo cual la misma voz Evangélica nos dice de aquel padre de familia o Rey que se ausentó en peregrinación, de la manera que distribuyó los bienes a sus siervos, pero no fué igualmente, sino que a uno dió cinco talentos, a otro dos, y a otro uno, a cada cual según la propia virtud.

Demás de esto era contra el mismo orden natural con que Dios constituyó las cosas criadas en cierta desigualdad en cuanto a la naturaleza y en cuanto a los merecimientos; por donde el querer que haya igualdad en las cosas temporales, como son las posesiones, es destruir el orden de ellas, cual respecto de la desigualdad define San Agustín en el libro de la Ciudad de Dios, como ya habemos tratado, diciendo que es una disposición de cosas iguales y desiguales, la cual da a cada uno lo que le toca. Y así es reprendido Orígenes de haber dicho en el Periarcon que todas las cosas son iguales por naturaleza y que se habían hecho desiguales por defecto propio, esto es, por el pecado.

Ni tampoco por el ser iguales las posesiones se evitaban los litigios, antes se aumentaban, pues en esto se va contra el derecho natural, quitando lo que ha menester al que quizá merecía más. Demás de que es contra razón el ser las cosas iguales entre los que se gobiernan en modo Político, supuesto que Dios las hizo todas en número, peso y medida, como se dice en el libro de la Sabiduría. Todo lo cual significa un grado de desigualdad en las cosas que tienen ser, y por consiguiente en las civiles y políticas.


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