La Provincia Católica

Revista de tradición católica puertorriqueña.

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lunes, 25 de agosto de 2008

Cursos de filosofía por un tomista puertorriqueño

Enlace.

viernes, 15 de agosto de 2008

La Gloriosa Asunción de María Santísima al Cielo


Lecturas litúrgicas y sermon del P. Romo, FSSP (Guadalajara)

Lectura del libro de Judit (13:22-25; 15:10)

Bendíjote el Señor, comunicándote su poder, pues por tu medio ha aniquilado a nuestros enemigos. Bendita, oh hija, eres del Dios Altísimo sobre todas las mujeres de la tierra. Bendito sea el Señor, Creador de cielos y tierra, que dirigió tu mano para cortar la cabeza del caudillo de nuestros enemigos; y hoy ha hecho tan célebre tu nombre, que te alabarán perpetuamente cuantos conservaren en los siglos venideros la memoria de los prodigios del Señor; pues no has temido exponer tu vida por tu pueblo, viendo las angustias y la tribulación de tu gente, sino que has acudido a nuestro Dios para impedir su ruina. Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú la alegría de Israel, Tú el honor de nuestro pueblo.


Continuación del Evangelio según San Lucas (1:41-50)

En aquel tiempo Isabel fué llena del Espíritu Santo y exclamó en alta voz diciendo: Bendita Tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Porque desde el momento en que he oído tu saludo, ha saltado de gozo el infante en mi seno. Feliz Tú porque has creído, porque se cumplirá en ti cuanto te ha dicho Dios. Contestó María: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava; por esto, pues, me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el que es Todopoderoso y cuyo Nombre es santo; y su misericordia se extiende de generación en generación a los que le temen.


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JMJt

Hoy celebramos la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen al cielo. Es un día de la más grande alegría al ver a nuestra amadísima Madre subiendo al cielo, para gozar la visión de Dios mismo, cara a cara; ella que sufrió tanto desde del momento de la Anunciación, sabiendo que su hijo iba a ser el Siervo sufriente, herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas, predicho en las profecías de Isaías. ¡Cuánto sufrió Nuestra divina Madre, viendo todas las acciones de la vida de Nuestro Señor en vista del rechazo del Dios hecho carne por este mundo, y su muerte ignominiosa con ladrones sobre una cruz! Y los santos dicen que sus sufrimientos eran los más dolorosos, ya que tenía un corazón más puro y sensitivo, sin haber sido tocada por el pecado original, ni siquiera por pecados veniales, durante toda su vida. Ella también vio el horror del pecado en vista de la profundidad de su conocimiento de la bondad infinita de Nuestro divino Señor, pisada y crucificada por nuestros pecados.

Así eran los dolores que ella llevó por amor de nosotros, por nuestra salvación, como nuestra Corredentora, redimiéendonos junto y subordinado a Cristo, como dijo el Papa Benedicto XV. Pero se dice que su dolor más profundo fueron sus veintitrés años sin su Divino Amor en esta tierra después de su gloriosa Ascensión. No se puede imaginar el inexpresable anhelo que ella tenía de ver a su divino Hijo engalanado en gloria. Un famoso escritor del siglo pasado dijo que su anhelo era tan ferviente que el milagro de su vida no fue su Asunción sino que ella quedó sobre la tierra sin ser consumida y elevada al cielo por causa de la llama de su divino amor. Por lo tanto, su gloriosa Asunción fue más bien una cesación de un milagro.

¿Y porqué la dejó Dios en esta tierra hasta sus setenta y dos años, cuando ha arrancado a santos menos perfectos en amor, cuando tenían solo veinte y pico años, como santa Teresa del Niño Jesús? Su santidad Pío XII nos explicó que su gloriosa Asunción es una gran esperanza para nosotros, una prueba de lo que podemos esperar también, a saber, que la corrupción de la muerte ha sido conquistada por la resurrección, y este ser mortal será revestido de inmortalidad. De la misma manera, y más intima para nosotros, es el ejemplo de sus veintitrés años aquí abajo, buscando la faz de Dios. Esto nos propone la Oración, poniendo en suma la lección de este divino misterio, “os rogamos nos concedáis que, atentos siempre a las cosas del cielo, merezcamos participar de su gloria.” Esta es la regla de la vida y del alma cristiana: buscar la faz de Dios, y no estar contento con nada más, ni con los gozos de esta tierra, ni con los gozos espirituales de la vida espiritual. Es la regla entonces para todos, para los principiantes en el camino purgativo, y para los avanzados en el camino unitivo, que nuestra beatitud no consiste en ninguna criatura, ni espiritual ni terrenal. “Nada, nada, nada, y aun en el monte nada,” dice San Juan de la Cruz sobre el camino de la perfección, y sobre la necesidad de poner nuestro corazón, nuestro tesoro, en nada salvo Dios. No nos podemos quedar contentos evitando pecados mortales, asistiendo a la misa cada día, disfrutando un sabor de recogimiento en momentos de oración, si Nuestra Señora, que era más santa en el primer momento de su Inmaculada Concepción que todos los santos y ángeles juntos en la gloria–así dice el gran teólogo, no propenso a exageración, Padre Garrigou-Lagrange, explicando los principios de la bula papal sobre la Inmaculada Concepción)—y quien creció en virtud de manera exponencial en cada momento, haciendo obras perfectas de caridad, al fin de su vida suspiró lánguidamente para apartarse de este valle de lágrimas, en que no se halla nuestro único fin, el único deseo de nuestro corazón, el único bien que nos satisfará, la visión de Dios cara a cara.

Muchos pasan su vida entera buscando el sentido de la vida. ¡Esto es! No perdamos nuestro tiempo, preguntándonos en qué dirección debemos ir. Sino más que bien, aprendámoslo de la vida de Nuestra Señora, y de pecadores como nosotros, como San Agustín descubrió, habiendo buscado su felicidad en los placeres de la carne, en la sabiduría humana, y en sí mismo. ¿Y qué dijo al fin?

Grande sois, Señor, y muy digno de toda alabanza, grande es vuestro poder, e infinita vuestra sabiduría: y no obstante eso, os quiere alabar el hombre, que es una pequeña parte de vuestras criaturas: el hombre que lleva en sí no solamente su mortalidad y la marca de su pecado, sino también la prueba y testimonio de que Vos resistís a los soberbios. Pero Vos mismo lo excitáis a ello de tal modo, que hacéis que se complazca en alabaros; porque nos criasteis para Vos, y está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Vos.

Reina asunta a los Cielos: ¡Ruega por nosotros!

AMDG

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martes, 12 de agosto de 2008

Noticias del P. Romo a través del internet

Creer en México.

Rorate Caeli.

What Does the Prayer Really Say?

The New Liturgical Movement.

Fotos en Flickr.

lunes, 11 de agosto de 2008

Fotos del P. Romo en México

La capilla de S. Toribio Romo.



El padre leyendo las lecturas.



La homilía.



La consagración.



Ecce agnus Dei...



La comunión del sacerdote.



La comunión de los feligreses.



Dando bendiciones.



Educando a los feligreses...

Domingo decimotercero después de Pentecostés

Lecturas litúrgicas y sermón por el P. Romo, FSSP (Guadalajara)

Lectura de la Epístola de San Pablo a los Gálatas (3:16-22)

Hermanos: Las promesas fueron dichas a Abrahán y al descendiente de él. No se dice: “Y a los descendientes de él,” cual si se tratase de muchos, sino como uno precisamente: Y al descendiente de ti, el cual es Cristo. Esto significa que, habiendo hecho Dios una alianza con Abrahán en debida forma, la Ley que fue hecha 430 años después, no la abroga, ni anula la promesa. Porque si la herencia se nos da por la ley, ya no es por la promesa. Y dios hizo por medio de la promesa la donación a Abrahán. Pues entonces diréis: ¿Para qué ha servido la ley? Púsose como freno de las transgresiones, hasta que viniese el descendiente de Abrahán, a quien había hecho la promesa, promulgada por Ángeles por medio de un mediador. Mas el mediador no es para uno solo, y Dios estaba solo cuando hizo la promesa. ¿Luego la Ley es contra las promesas de Dios? No. Porque si la Ley pudiese dar la verdadera vida, la justificación vendría verdaderamente de la Ley. Mas la Ley escrita dejó todas las cosas sujetas al pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo.


Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (17:11-19)

En aquel tiempo: Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por medio de Samaría y de Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron diez leprosos, los cuales se pararon lejos y alzaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, apiádate de nosotros. El, al verlos, dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, quedaron sanos. Y uno de ellos, cuando vio que había quedado limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano. Jesús dijo entonces: ¿Pero no son diez los curados? ¿Y los otros nueve dónde están? No ha habido quien volviese a dar gloria a Dios, sino este extranjero. Y le dijo: “Levántate, vete, porque tu fe te ha salvado.”



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“y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”



El evangelio de hoy nos propone que consideremos el gran deber de dar gracias. Muchas veces usamos la palabra “gracias” con nuestro prójimo que nos ayuda, y con razón, porque Santo Tomás nos explica que es un deber y no una cosa gratuita. El explica además que la virtud de la gratitud es parte de la justicia, a través de la cual le damos a alguien lo que le debemos. Pero dirán Uds. ¿como una mera palabra de “gracias” corresponde a una obra de un bienhechor que nos da algo precioso? Por esa misma razón se exige algo más que una mera palabra. Se exige un espíritu y una expresión de honor. Honor es un bien espiritual, que vale más que una cosa material. Es un reconocimiento y profesión del valor y de la excelencia de otra persona. Esta se ve en ellos que están bien listos de separarse de su dinero por causa de honor, por motivos honestos o vanos. Honesto si es para recibir el honor de Dios, y vano si es para recibir el honor de los hombres, por una bondad que no existe en una persona realmente o si es para recibir el honor de hombre como un fin ultimo, que es tan veleidoso como aquel de la muchedumbre que estaba alabando a Nuestro Señor durante su entrada a Jerusalén, quienes unos días después, reclamaron el derramamiento de su divina sangre. Sin embargo, el honor es algo justo, y debido a una persona por otras en reconocimiento de su bondad, de obras o de carácter. Y si no damos gracias de palabra y espíritu, pecamos contra esta virtud.

¿De donde viene entonces la tentación de ingratitud? Hay un dicho, “lo que se tiene no se aprecia,” o quizá mejor explicado en el dicho inglés “familiaridad engendra desprecio,” que es decir que lo que se tiene en una forma permanente, no se aprecia como un regalo, sino como algo que se nos debe. Así los pecados contra esta virtud se encuentran con más frecuencia entre nuestros familiares. Santo Tomás dice que, luego de Dios, la gratitud se le debe más a nuestros padres que nos dieron vida, y nos educaron. Pero cuantas veces nos olvidamos de dar gracias a nuestros padres, dando por sentado las obras que hicieron. Y luego al ser padres se dan cuenta cuánto les costó dar su vida y casí todo su tiempo para criar bien a sus hijos. Cuántas comidas, cuántas horas de trabajo, cuántas noches pasadas tan preocupados por el bienestar de sus hijos, y sin que les dieran las “gracias.” Ellos van a darse cuenta un día, los padres dicen. Pero ahora démonos cuenta a nosotros de lo que siente Dios, al ver quien con ninguna obligación El creó el mundo sin obligación alguna, nos dio nuestra sustancia, proveyendo un universo entero a nuestro servicio, sosteniéndonos a todos nosotros en existencia cada instante. Es verdad que si él no nos considerara por un momento dejaríamos de existir. ¿Y nuestra respuesta? se lee en el Viernes Santo, “por tu amor castigué a Egipto con sus primogénitos; y tu me entregaste, después de azotarme...Yo abrí ante ti los mares, y tú has abierto mi costado con la lanza...Yo te alimenté con el maná en el desierto; y tú me has herido con bofetadas y azotes... Yo te ensalcé con gran poder; y tú me colgaste del árbol de la Cruz... Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en qué te he contristado? Respóndeme.”

¿Que hacemos? Dios se ha vuelto loco de amor para cautivar nuestro corazón, ¿y cómo respondemos? San Francisco pasó muchas noches preguntándose, “¿porqué el amor no se ama?” Y continúa ebrio de amor, sometiéndose y ofreciéndose a nosotros, sus asesinos, por medio de su cuerpo celestial y su divina sangre, como nuestro pan y bebida. ¡Pero cuántas hay las comuniones sacrílegas! En mi país casí todos reciben sin confesarse, y muchos ni tan siquiera creer en Jesús Sacramentado. Así recibe El el beso de Judas de nuevo. Pero Dios, previendo todo eso, quiso entregarse así sin embargo, para ser amado y glorificado en nuestra alma. ¿Y qué dijo 1600 años después de entregarse a nosotros en el Santísimo Sacramento? Le dijo a Santa Margarita María “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor.”

Seamos los amigos de Nuestro Señor entonces, y démosle la acción de gracias debida cuando lo recibimos en el Sacramento de Sí mismo. Y qué precioso para nosotros también es este tiempo después de comulgar, cuando el Rey del cielo delante del cual todos los ángeles gloriosos tiemblan, habita en nosotros, ofreciéndole a nuestra flaqueza su omnipotencia, a nuestra ceguera su omnisciencia, a nuestro corazón tan frío, su divino amor y bondad infinita. ¡Como debemos apreciar este momento cuando tenemos nuestro Señor Sacramentado en nosotros, un momento en que aunque los serafines nos envidian, un momento que no dura siempre.

San Alfonso dijo “No hay oración más agradable a Dios o más provechosa para el alma que aquella que se hace durante la acción de gracias después de comulgar. Es la opinión de muchos serios escritores que el Santísimo Sacramento, mientras la especie sacramental está presente, produce constantemente gracias más y más grandes en el alma, siempre y cuando el alma sea constante en disponerse por medio de nuevos actos de virtudes.” Santa María Magdalena de Pazzi, dijo, “los minutos que siguen después de comulgar son los más preciosos de nuestra vida.” Y San Luís de Montfort dijo, “no dejaría esta hora de acción de gracias ni siquiera por una hora de paraíso.”

No les diré que hay un límite de tiempo, aunque dicen por lo general que la especie sacramental continúa presente por 15-30 minutos, hasta que los accidentes se corrompen y Nuestro Señor ya no está presente sacramentalmente, porque hay tiempos en nuestra vida cuando tenemos que irnos para cumplir con los deberes de nuestra vida, y por eso debemos pensar lo mejor de nuestro prójimo, si alguien necesita irse. Pero no nos encontremos como la mujer que por ninguna razón, sino mas por su indiferencia se iba inmediatamente después de comulgar. San Felipe Neri mandó a sus acólitos que la acompañaran en procesión con sus velas y todo, para hacerla recordar que Nuestro Señor estaba presente todavía en su cuerpo, tal y como lo está en la custodia. Es una cuestión de prioridad entonces, y daremos cuenta a Dios que lo sabe todo, y que no se engaña. No busquemos el mínimo, sino amar a Dios, “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y todas tus fuerzas, y todo tu entendimiento.” Y que Dios nos libre de oír las palabras apártate de mí porque no te conozco, aunque lo hayamos recibido muchas veces. Mas bien, que nos encontremos como Nuestra Señora dando gracias a Dios, en cada momento, teniendo la Palabra de Dios en su corazón inmaculado, diciendo siempre después de sus comuniones, como San Luís de Montfort nos dice, “mi alma engrandece al Señor. Y mi espíritu rebosa de gozo en Dios, mi Salvador.”

Animémonos también a cumplir no sólo con el deber de la justicia sino también con el deber de la caridad según lo que nos enseña Santo Tomas, que el débito de la gratitud no sólo se deriva de la justicia sino también, “se deriva de la caridad, la que cuanto más se paga más es debida, según aquello (Rom 13:8): ‘No debáis nada a nadie, sino que os améis los unos a los otros.’ Y, por tanto, no resulta inconveniente que la obligación de la gratitud sea interminable.” (2-2 q.106 a.6 ad 2)

Así vemos que la gratitud cristiana nunca se cumple, sino que queda como el vínculo interminable que nos junta en amistad el uno al otro y a Dios por toda una eternidad. Así preparémonos en cada comunión, porque después de la última misa así será la eternidad, postrandonos en el cielo a los pies de Jesús, dándole gracias.

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AMDG

martes, 5 de agosto de 2008

Queridos hermanos,

Quiero agradecer a todos aquellos que asistieron a la Santa Misa tradicional el pasado domingo, dándole una fraternal bienvenida a aquellos que fueron por primera vez. Les pido nuevamente mantengan a Padre Antonio en sus oraciones, ya que parte hacia España próximamente y estará por allá varios meses. Roguemos al Señor que lo mantenga siempre en salud y envíe al Arcángel San Miguel y sus ejércitos celestiales para que lo protejan siempre. Como les informará, las Misas continuarán como de costumbre ya que gracias a Dios tenemos un capellán adicional que es el Padre Gerardo Vargas, OFM y también próximamente el Padre Luis Correa estará celebrando la Forma Extraordinaria en la capilla de su Parroquia Santa María de los Ángeles.

Aquellos que deseen que se reze el Rosario tradicional en latín en sus hogares, pueden informármelo via email (edcruz71@gmail.com). Se les proveerá la literatura necesaria para que puedan repasar a su conveniencia. Una vez tenga varios hogares en turno, les dejaré saber oportunamente qué semana le toca a cada uno. Hay mucho que practicar y aprender, por lo que también aprovecharé esas visitas a sus hogares para explicarles más detenidamente como utilizar el misalito latín-español.

Por otro lado, estoy en el proceso de formar un grupo de trabajo que me asista en las diferentes labores de difusión de la Forma Extraordinaria. Hace algún tiempo hubo una reunión, pero la realidad es que no se le dio mayor seguimiento. A tales efectos, solicito a aquellas personas que tengan el interés y disponibilidad de colaborar con este apostolado que me contacten a la mayor brevedad. Una vez cuente con quorum, convocaré a una reunión para conocernos mejor y asignar responsabilidades.

Que la paz del Señor quede con todos ustedes.

Fideliter in Christo et Maria,
Edgardo Cruz
Novicio
Militia Templi - Christi Pauperum Militum Ordo
Milicia del Templo - Orden de los Pobres Caballeros de Cristo
San Juan, Puerto Rico

domingo, 3 de agosto de 2008

Domingo duodécimo después de Pentecostés

Lecturas liturgicas con sermón por el P. Romo, FSSP (Guadalajara)

Lectura de la 2a Epístola de San Pablo a los Corintios (3:4-9):

Hermanos: Tal confianza tenemos en Dios por Cristo, no porque podamos pensar algo bueno como propio nuestro, sino que nuestra suficiencia nos viene de Dios; el cual nos ha hecho idóneos ministros del Nuevo Testamento, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivífica. Pues si el ministerio de muerte, grabado con letras sobre piedras, fue tan glorioso, que no podían los hijos de Israel fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, que no era duradero, ¿como no ha de ser sin comparación más glorioso del ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de la Ley de condenación fue acompañado de tanta gloria, mucho más glorioso es el ministerio de justicia.


Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (10:23-37):

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo, que muchos Profetas y Reyes quisieron ver los que vosotros veis, y no lo vieron, oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron. Levantóse en esto un doctor de la Ley, y le dijo por tentarle: Maestro, ¿qué haré para poseer la vida eterna? Y él le dijo: ¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley? ¿qué es lo que en ella lees? Respondió él: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y todas tus fuerzas, y todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo. Bien has respondido, díjole Jesús, haz eso y vivirás. Mas él, queriendo pasar por justo, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones, los cuales le despojaron, y después de haberlo herido, lo dejaron medio muerto, y se fueron. Llegó a pasar por el mismo camino un sacerdote; y aunque le vio, pasó de largo. Asimismo un levita, y llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó también de largo. Mas un viajero samaritano se llegó cerca de él; y cuando le vio, movióse a compasión. Y acercándose, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole en su jumento, lo llevó a una venta, y le cuidó. Y al día siguiente sacó dos denarios, y diólos al posadero, diciéndole: Cuídamelo, y cuanto gastares de más, yo te lo abonaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquél, que cayó en manos de los ladrones? Respondió el doctor: El que usó con él de misericordia. Díjole Jesús: pues vete, y haz tú otro tanto.

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Sermón del P. Romo, FSSP

Hoy celebramos el duodécimo domingo después de Pentecostés, y nuestra Santa Madre Iglesia nos propone, delante de nuestros ojos, el gran don de la caridad.

Muchos hablan, y cantan de amor, pero pocos lo conocen, y menos lo practican. Es preciso pues tener un entendimiento correcto de la caridad, ya que las Escrituras nos dicen que la caridad es la cosa más importante en nuestra alma, y de hecho dicen además que Dios es caridad.

Primero hacemos una distinción entre mero amor y la divina caridad. Muchos hablan de un amor sensitivo, un amor que se puede tener hacia la comida, las películas, la música, los placeres de este mundo, y entre seres humanos, pero estos amores muchas veces son amores más corporales, los cuales podemos encontrar también en los animales, o en la gente que vive como paganos, fuera de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo. Estos placeres son, de veras, esenciales a nuestra vida, como seres humanos, animales-racionales, pero no es lo mismo que el amor divino, la caridad.

La caridad sólo entra en el alma por la gracia santificante, cuando Dios justifica al alma y la hace una morada de Sí mismo, un sagrario de la Santísima Trinidad, que hace al alma más gloriosa y resplendente que el santo rostro de San Moisés, quien habló con Dios cara a cara. Es un don gratuito entonces, y un don sin comparación.

Santo Tomas nos dice que la gota más pequeña de la gracia de Dios, que podemos recibir por una pequeña obra de caridad, sea levantando un alfiler del piso o diciendo una palabra amable por el amor de Dios, vale más que todas las riquezas del universo entero. Pues, ¿cómo podemos cambiar la Bondad infinita por un placer que pasa? Es una ofensa infinita, a la cual aun los eternos fuegos del infierno no corresponden, dice Santo Tomás.

Animémosnos entonces a preservar y aumentar este gran tesoro. Pero, ¿cómo? Santo Tomas nos propone una dificultad, notando que, si el objeto o propósito de esta virtud es el amor de Dios mismo, ¿cómo podemos tener caridad a nuestro prójimo, nosotros que somos meras criaturas? Él contesta explicando que, aun cuando amamos a nuestro prójimo, lo amamos por el amor de Dios, a saber, para aumentar la imagen y semejanza de Dios en su alma, a la mayor gloria de Dios. ¡Qué diferente es la virtud de la caridad, de la caridad de los socialistas, humanistas, masones, secularistas, y liberales, que aunque a veces concuerdan con las obras exteriores de caridad, no tienen ningún motivo de dirigir su obra hacia Dios, Quien le daría a sus obras un valor eterno y sobrenatural! Pues, el motivo de cada uno debe ser siempre teocéntrico, según el cual daremos cuenta a Dios en el juicio final: el padre de la familia, más que nadie, según su apoyo a la familia como su modelo de santidad, y su cabeza espiritual; la madre según la educación que le da a los hijos en la fe y disciplina en la virtud; el hijo según su obediencia a sus padres, como a Dios, de quien toda la autoridad viene; los gobernadores de estados según sus esfuerzos de proveer una cultura en la cual la gente pueda salvar sus almas con más facilidad, teniendo familias grandes, evitando las ocasiones de pecado, practicando virtudes sobrenaturales, divulgando la única fe, y no permitiendo la divulgación de la herejía. Así era en la edad de Cristiandad, cuando el gobierno cumplió con su tarea de proveer por el bienestar de sus sujetos, prohibiendo la práctica externa de las sectas y religiones falsas, y la vista de cosas impuras. Pero ahora vemos a la Iglesia, y a Dios incluso, subordinados al hombre y al estado, y para ser caritativo en el sentido masónico, se exige tolerancia, que es nada más que un pretexto de pecar y abusar la libertad, y exterminar la imagen y semejanza de Dios sobre la tierra. Así es el error de modernidad al cual no podemos nunca conformarnos. ¡Ay de él, que aparecerá delante del Dios verdadero, habiéndolo llamado una “opinión”!

Una verdadera tolerancia no echa hacia el lado el deber de dirigir todo a Dios. Es nada más que una aplicación de la prudencia, tener paciencia con la flaqueza de otras personas o esperar la oportunidad más provechosa para decirle o hacerle algo a nuestro prójimo, evitando un peor mal que podríamos causar por apresurarnos.

La caridad implica entonces la prudencia y todas demás las virtudes, si es verdadera caridad. De hecho, es la forma de todas las virtudes, que les da a cada una su valor sobrenatural. Pues San Agustín dijo, “ama a Dios y haz lo que quieras,” que es decir que si amas a Dios con todo tu corazón y toda tu alma, vas a hacer lo que es agradable a Dios, y en esto se ve la virtud real, cuando hacemos el bien con mucho gusto. Esa es la libertad de los hijos de Dios. Y al revés, la caridad no puede existir sin las otras virtudes, que le sirven como su material. Y no existirá jamás si pecamos contra las otras virtudes. Así fue condenada la teoría moral, de la “opción fundamental,” que decía que no podemos cometer un pecado grave, si tenemos una disposición general de amar a Dios e ir al cielo. Pero es una mentira contra lo que nos dijo Jesús, a quien ellos fingen amar, “si me amáis, guardaréis mis mandamientos y vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.” Si no cumplimos con los diez mandamientos explicados por nuestro Señor como una aplicación del amar a Dios con todo el corazón, mentimos. Si no queremos lo que Él quiere, no lo amamos. Y también, si no aborrecemos lo que Dios aborrece, no tenemos caridad tampoco. La caridad real, entonces, exige un gran odio del mal. No podemos ser indiferentes a lo que ofende a Dios, al pecado y a la pérdida de tantas almas. Eso no sería divina caridad, sino la falsa caridad del liberalismo. Dios nos ha dado el ejemplo de los Levitas, los elegidos del Señor, ya que estaban listos de ejecutar a sus parientes que ofendieron a Dios gravemente, cuando Dios se lo pidió de ellos. ¡Primero Dios!

Pero aquí también, aunque la caridad es teocéntrica, implica un amor de todas las cosas por el amor de Dios, como las Escrituras dicen, “el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve.” Es una regla para examinar el progreso de la caridad. Cuando las hermanas le preguntaron a Sta. Teresa de Ávila, si estaban creciendo en la santidad, ella no les refirió a un examen de su oración, sino a su paciencia y mansedumbre, sus obras de caridad para con sus hermanas, y especialmente el gozo con que ellas sufren insultos o malentendidos. Es una piedad superficial ser muy devoto a las oraciones y a la Iglesia, pero luego muy corajudo o deshonesto en el trabajo o impaciente con los miembros de nuestra familia o indiferente a los más pobres del Señor. Es la misma regla que nuestro divino Señor le dio a una monjita que estaba profesando su amor por Él, y le preguntaba si fuera posible que hubiera alguien en el mundo con más amor por Él que ella. Él le dijo, “¿quieres saber cuánto me amas?” “Sí, mi Señor, decidme,” respondiole ella. Y el Señor le dijo, “me amas tanto como a la persona que menos amas.” Así es en realidad, ya que el motivo de caridad con cada persona es lo mismo, aunque hay una jerarquía de deberes de mostrar la caridad a nuestro país, familia, amigos, etc., pero en cada caso no depende de su personalidad, ni amabilidad, mas sólo del amor de Dios, para que Dios sea todo en todos. Así era el amor de Santa María Goretti por su asesino, obteniéndole flores del cielo por su conversión; así era el amor de la Madre de Dios, que pidió la conversión de esta tierra pagana, tan digna de exterminación que hasta ofrecía sacrificios humanos. Así fue su amor al pié de la cruz, cuando rogaba por nosotros pecadores. “Pues vete, y haz tú otro tanto.”

Madre del amor puro: ruega por nosotros.
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AMDG