La Provincia Católica

Revista de tradición católica puertorriqueña.

La Provincia Católica on Facebook

domingo, 25 de mayo de 2008

Nuestro Himno Nacional

sábado, 24 de mayo de 2008

Corrêa de Oliveira, "Nobleza" (2): Al Lector

Nobleza

Y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al
Patriciado y a la Nobleza Romana

Plinio Corrêa de Oliveira

1978. Juan Pablo II acaba de ser elegido sucesor de San Pedro. Su título oficial es el de Obispo de Roma, Vicario de Jesucrsito, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo Metropolitano de la Provincia Romana, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, Siervo de los Siervos de Dios. El nuevo Papa da su bendición urbit et orbi: a la ciudad de Roma y al mundo entero.


Al lector

Una compilación de textos de las importantes alocuciones del Papa Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana fue publicada en febrero, marzo y abril de 1956 por la prestigiosa revista brasileña de cultura, “Catolicismo”. Dichos textos pontificios fueron comentados por el principal colaborador del órgano, el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, cuyo nombre —internacionalmente conocido— ha conquistado la admiración y el afecto de un considerable número de españoles.

La cultura, la privilegiada penetración de espíritu y la personalidad del autor sobresalen en esos comentarios, en los que, para permanecer fiel a los textos pontificios no vaciló en enfrentarse con los prejuicios antinobiliarios ampliamente difundidos en Occidente; actitud considerada entonces, y aún ahora, como iconoclasta en relación a los principios igualitarios de la Revolución Francesa de 1789 y la comunista de 1917, auténticos ídolos para muchos de nuestros contemporáneos.

El conjunto de las alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana comentadas por el profesor Corrêa de Oliveira en “Catolicismo” comprendía las pronunciadas por Pío XII hasta aquella fecha. A efectos de la presente edición, el autor ha querido redactar también algunos comentarios a la alocución de 1958, dirigida por Pío XII a los mismos distinguidos oyentes.

El autor ha hecho, además, las necesarias adaptaciones a sus anteriores comentarios, ampliándolos y actualizándolos en función de las tan cambiadas condiciones de los días que corren. También por iniciativa del autor van incluidos en el presente trabajo algunos textos de las alocuciones de Juan XXIII y de Pablo VI sobre el mismo asunto. En las publicaciones oficiales del Vaticano no se encuentran referencias a documentos de Juan Pablo II sobre el tema.

Por otra parte, el evidente interés de la materia tratada en las catorce alocuciones de Pío XII suscitaba el deseo de estudiar el mismo asunto, no sólo en la doctrina de sus sucesores en el Solio Pontificio, sino también en la de sus antecesores.

Resultaba imposible remontarse en esa búsqueda hasta el santo y glorioso pontificado de Pedro. Como bien se ve, en este trabajo retrospectivo debía el autor trazarse a sí mismo un límite muy definido, proporcionado a sus disponibilidades de tiempo, así como a la circunscrita capacidad de absorción de tantos lectores contemporáneos, tan solicitados por sus deberes profesionales, domésticos y otros.

En estas condiciones decidió remontarse únicamente hasta Pío IX, cuyo pontificado (1846-1878), de venerada memoria, inaugura la serie de los que se podrían calificar como Papas contemporáneos; es decir, los que gobernaron la Santa Iglesia a partir del momento en que cesaron las convulsiones resultantes, de modo más o menos inmediato, de la Revolución Francesa.

En realidad, la lectura atenta de todos estos documentos de Pontífices anteriores y posteriores a Pío XII muestra cómo sólo este último trató metódicamente el tema, explicando qué es la Nobleza, cuál fue su misión en el pasado y cuál era en los días en que Su Santidad hablaba; misión ésta que continúa siendo fundamentalmente la misma en los días de hoy. Por esta razón, le ha parecido oportuno al autor ofrecer al público de lengua española la transcripción íntegra de las referidas alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana.

El tema tratado en este libro fue también objeto de referencias en las alocuciones dirigidas por Pío XII y sus sucesores a la Guardia Noble Pontificia; pero como dichas alocuciones presentan un interés menor para este trabajo, no figura en la obra el respectivo texto completo, aunque algunas son citadas a lo largo de la misma.

Análogo procedimiento se ha seguido con los demás documentos pontificios que tratan de paso este asunto. Se ha abierto entre ellos una única excepción para la alocución de Benedicto XV al Patriciado y a la Nobleza romana del 5 de enero de 1920, cuyo texto también publicamos íntegro. El autor explica fácilmente esta excepción: Benedicto XV trata allí del tema con una profundidad y amplitud tales, que colocan dicha alocución en condiciones de figurar en la insigne colección de enseñanzas dedicadas por Pío XII ex profeso a la materia.

Al tratarse de discursos de agradecimiento y salutación, que se renovaban cada nuevo año con ocasión de los votos presentados por el Patriciado y la Nobleza romana, forzoso era que apareciese en ellos una cierta repetición temática. Pío XII supo soslayar este inconveniente ofreciendo siempre aspectos nuevos del tema, y extendiéndolo hasta sus contornos más amplios y sus más ricas profundidades. Esto es lo que notará el lector si se toma la molestia de confrontar los textos cuya temática pueda parecerle a primera vista idéntica.

Hacemos notar también que, a lo largo del texto, el lector encontrará otros temas relacionados con el asunto de la presente obra, como por ejemplo:

  • la formación orgánica de las elites tradicionales análogas a la Nobleza;
  • los conceptos revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad esparcidos en todo el mundo por la Revolución Francesa en contraposición a los conceptos correlati­vos de la doctrina católica;
  • la doctrina católica sobre las formas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia;
  • la indispensable necesidad de que exista la Nobleza en una sociedad auténticamente católica.
Estos y otros asuntos forman una especie de corona en tomo al tema central de este libro: la función social de la Nobleza y de las élites tradicionales análogas en la sociedad contemporánea. También han sido ellos objeto de luminosas enseñanzas pontificias y de importantes comentarios de Santos y Doctores de las más variadas épocas. Para satisfacer el natural deseo del lector que quiera profundizar los temas arriba indicados, el autor completa el presente volumen no sólo con una muy expresiva selección de documentos, sino también con nuevas observaciones y reflexiones que enriquecen los ya tan importantes comentarios que publicó en “Catolicismo”, en 1956.

Convencida de corresponder al anhelo del lector ávido de un acontecimiento exacto, sereno y profundo sobre la Nobleza y las élites tradicionales análogas, TFP-Covadonga hace llegar al público el presente trabajo.

Madrid, 19 de marzo de 1993


Fiesta de San José,
Príncipe de la Casa de David y Obrero
Sociedad Española de Defensa de la Tradición Familia y Propiedad
TFP- Covadonga

jueves, 22 de mayo de 2008

Procesión de Corpus Christi como debe ser.

lunes, 12 de mayo de 2008

Corrêa de Oliveira, "Nobleza" (1): Introducción


Nobleza
Y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza Romana

Plinio Corrêa de Oliveira

Opción preferencial:

Opción preferencial por los nobles: la expresión quizá pueda sorprender a primera vista a quienes se han familiarizado con una fórmula grata a Juan Pablo II: “opción preferencial por los pobres”. No obstante, es precisamente una opción preferencial por los nobles la que anima este libro.

La gran objeción que esta afirmación puede suscitar es que ex natura rerum —por lo menos— un noble tiene relaciones, es importante y rico. Por lo tanto, si incidentalmente se encuentra en una situación de penuria, cuenta con múltiples medios para salir de ella. La opción preferencial ha sido ya ejercida en su favor por la Providencia, que le ha dado todo lo necesario para recuperar su situación.


Exactamente lo contrario le ocurre al pobre: no es ilustre, no dispone de relaciones útiles, le faltan frecuentemente los recursos para remediar sus propias carencias. En consecuencia, una opción preferencial que le ayude a atender sus necesidades —al menos las esenciales— puede ser de estricta justicia.

Así pues, una opción preferencial por los nobles podría parecer un sarcasmo contra los pobres.

En realidad, esta antítesis entre nobles y pobres tiene cada vez menos razón de ser si se considera, conforme lo recuerda Pío XII en sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana, que la pobreza va alcanzando progresivamente un numero cada vez mayor de nobles, y que el noble pobre se encuentra en una situación más lamentable que el pobre no noble, pues este último, por las propias limitaciones de su condición, puede y debe despertar el sentido de justicia, así como la generosidad del prójimo.

¿Qué significa esta expresión?

Por el contrario, el noble, por el propio hecho de serlo, tiene razones para no pedir auxilio, y prefiere esconder su nombre y su origen cuando no le queda otro remedio sino dejar aparecer su pobreza. Es lo que, con expresivo lenguaje, se llamaba otrora pobreza vergonzante.

Atender las necesidades de estos nobles —así como las de los empobrecidos de cualquier otra clase social— era objeto de especial encomio por parte de los antiguos, y la caridad cristiana encontraba mil artificios para aliviar la situación de los pobres vergonzantes, a fin de que recibiesen la ayuda necesaria sin que sintieran herida su propia dignidad. (1)

Pero no sólo el pobre en recursos materiales merece una opción preferencial, sino también aquellos a quienes, por las circunstancias de su vida, tienen deberes especialmente arduos para cumplir, y les corresponde una mayor responsabilidad en el cumplimiento de esos deberes, tanto por la edificación que de ahí puede resultar para el cuerpo social, como, en sentido contrario, por el escándalo que su transgresión puede acarrear al mismo.


Como se muestra en la presente obra, (2) en estas condiciones se encuentran frecuentemente miembros de la Nobleza contemporánea.

La opción preferencial por los nobles y la opción preferencial por los pobres no se excluyen, y menos aún se combaten, según enseña Juan Pablo II: “Sí, la Iglesia hace suya la opción preferencial por los pobres. Una opción preferencial, nótese; no, por lo tanto, una opción exclusiva o excluyente, porque el mensaje de la salvación está destinado a todos.” (3)

Estas diversas opciones son modos de manifestar el sentido de justicia y caridad cristianas que no pueden sino hermanarse al servicio del mismo Señor, Jesucristo, modelo de los nobles y de los pobres, según nos enseñan con insistencia los Romanos Pontífices. (4)

Sirvan estas palabras de esclarecimiento para quienes, animados por el espíritu de lucha de clases —de momento en evidente declinio—, imaginan la existencia de una inevitable conflictividad en las relaciones entre el noble y el pobre. Esta intelección equivocada ha llevado a muchos de ellos a interpretar las palabras opción preferencial, usadas por S.S. Juan Pablo II, como preferencia exclusiva. Dicha interpretación, apasionada y facciosa, carece de cualquier objetividad. Las preferencias de alguien pueden incidir simultáneamente y con diversos grados de intensidad, sobre varios objetos; por su propia naturaleza, la preferencia por uno de ellos no indica de ningún modo una forzosa exclusión de los demás.


Notas:
1) Cfr. Documentos II.
2) Cfr. Capítulo I, 1 y 3; Cap. II, 1; Cap. IV, 9 y 10, Cap. VII, 8.
3) Ad Patres Cardinales et curiae Romanae Pontificalisque Domus Praelatos
4) Cfr. Cap. IV, 8; Cap. V, 6; Documentos IV

domingo, 11 de mayo de 2008

Secuencia de Pentecostés




Partitura:
(Pulse para engrandecer)



Traducción:


Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.


Ven, padre de los pobres;
ven dador de gracias,
ven luz de los corazones.


Consolador magnífico,
dulce huésped del alma,
su dulce refrigerio.


Descanso en la fatiga,
brisa en el estío,
consuelo en el llanto.


¡Oh luz santísima!,
llena lo más íntimo
de los corazones de tus fieles.


Sin tu ayuda,
nada hay en el hombre,
nada que sea bueno.


Lava lo que está manchado,
riega lo que está árido,
sana lo que está enfermo.


Doblega lo que está rígido,
calienta lo que está frío,
endereza lo que está extraviado.


Concede a tus fieles
que en Ti confían
tus siete sagrados dones.


Dales el mérito de la virtud,
dales el puerto de salvación,
dales la felicidad eterna. Amen. Aleluya.

sábado, 10 de mayo de 2008

El Papa Pío XII a la clase nobiliaria, parte 1

Allocuzione di Pio XII al Patriziato e alla Nobiltà Romana
(8 gennaio 1940)

Un duplice dono sul principio del nuovo anno Il Patriziato e la Nobiltà Romana hanno voluto offrirCi nell'adunarsi intorno a Noi: il graditissimo don della loro presenza e insieme il dono dei filiali auguri, adorni, come di un fiore, dell'attestato della tradizionale fedeltà alla Santa Sede, di cui, diletti Figli e Figlie, sono state una prova novella le devote ed eloquenti parole testè pronunziate dall'insigne vostro interprete, presentandoci così una ben desiderata occasione di confermare e crescere da parte Nostra al vostro illustre ceto l'alta stima, in che questa Sede Apostolica lo ha sempre tenuto, né mai ha cessato di dargliene aperta dimostrazione.

In tale stima vibra la storia dei secoli passati. Tra coloro che in questo momento Ci fanno corona, non pochi portano nomi che da secoli s'intrecciano con la storia di Roma e del Papato, nei giorni luminosi e oscuri, nella gioia e nel dolore, nella gloria e nell'umiliazione, sostenuti da quell'intimo sentimento erompente dalle profondità di una fede col sangue ereditata dagli avi, sopravvivente a tutte le prove e le tempeste e, pure nei passeggeri traviamenti, pronta a rinvenire il sentiero verso la casa del Padre. Lo splendore e la grandezza della Città eterna riflette e rifrange i suoi raggi sopra le famiglie del Patriziato e della Nobiltà romana. I nomi dei vostri antenati stanno indelebilmente incisi negli annali di una storia, i cui fatti per molti rispetti hanno avuto gran parte nelle origini e nello svolgimento di tanti popoli dell'odierno mondo civile. Che, se, senza il nome di Roma e delle sue nobili prosapie, non si potrebbe scrivere la storia profana di molte nazioni e regni e corone imperiali, i nomi del Patriziato e della Nobiltà romana ritornano ancor più sovente nella storia della Chiesa di Cristo, la quale assurge a più alta grandezza, vincente ogni gloria naturale e politica, nel suo Capo visibile, che, per benigna disposizione della Provvidenza, ha la sua sede sulle sponde del Tevere.

Della vostra fedeltà al Pontificato romano e della continuità che vi onora come appannaggio glorioso delle vostre Famiglie, Noi vediamo intorno a Noi, coi Nostri occhi, in questa eletta accolta, quasi una vivente immagine, nella presenza simultanea di tre generazioni. In quelli tra voi, che portano la fronte incorniciata di neve o di argento, Noi salutiamo i molti meriti acquistati nel lungo adempimento del dovere, che, come trofei di vittoria, siete qui venuti a deporre per farne omaggio al solo vero Signore e Maestro, invisibile ed eterno. Ma i più di voi Ci stanno innanzi baldi del fiore della giovinezza o dello splendore della virilità, con quel vigore di energie fisiche e morali che vi fa pronti e desiderosi di dedicare le vostre forze all'avanzamento e alla difesa di ogni buona causa. La nostra predilezione però va e si china verso la innocenza serena e sorridente dei piccoli, ultimi venuti in questo mondo, in cui lo spirito del Vangelo Ci fa ravvisare i fortunati primi nel regno di Dio; nei quali amiamo l'ingenuo candore, il fulgore vivo e puro dei loro sguardi, riflesso angelico della limpidezza delle loro anime. Sono innocenti, all'apparenza inermi; ma nell'incanto della loro ingenuità, che piace a Dio non meno che agli uomini, celano un'arma che sanno già maneggiare, come il giovane David la sua fionda: la tenera arma della preghiera; mentre pure nella faretra della loro volontà, ancora fragile ma già libera, serbano una freccia meravigliosa, futuro e sicuro strumento di vittoria: il sacrificio.

A questo rigoglio di varie età, che Noi godiamo di riconoscere in voi, fedeli custodi di tradizioni cavalleresche, Noi non dubitiamo, anzi siamo anticipatamente sicuri, che il nuovo anno risponderà buono e cristianamente felice. Giacchè pur sotto il velo opaco in cui il futuro lo involge, voi pronti lo ricevete dalle mani della Provvidenza, come uno di quei plichi sigillati, portanti un ordine di virtuose e sante lotte della vita, che l'officiale, in via per una missione di fiducia, riceve dal suo capo e non deve aprire se non nel corso del suo cammino. Giorno per giorno, Iddio, che vi concede di cominciare questo anno novello nel Suo servizio, ve ne scoprirà il segreto; e voi non ignorate che tutto ciò che vi apporterà questa successione ancora misteriosa di ore, di giorni e di mesi, non avverrà se non per volere o con la permissione di quel Padre celeste, la cui provvidenza e il cui governo del mondo mai non s'inganna o fallisce nei suoi disegni. Potremmo però Noi dissimularvi che l'anno nuovo e i nuovi tempi, che esso apre, recheranno pure occasioni di contrasti e di sforzi e, vogliamo sperare, anche di meriti e di vittorie? Non vedete come, poichè la legge dell'amore evangelico è stata disconosciuta, negata e oltraggiata, imperversano oggi in alcune parti del mondo guerre, - da cui la misericordia divina ha finora preservato l'Italia -, nelle quali si sono vedute intere città trasformate in cumuli di fumanti rovine e pianure maturanti copiose messi in necropoli di straziati cadaveri? Erra, solitaria per vie deserte, nell'ombra di nubilosa speranza, timida, la pace; e sulle sue tracce e sui suoi passi, nel mondo antico e nuovo, uomini, a lei amici, la vanno cercando, preoccupati e pensosi di ricondurla in mezzo agli uomini per vie giuste e solide e durevoli, e di preparare, in uno sforo fraterno d'intesa, l'arduo compito delle necessarie ricostruzioni!

In quest'opera di ricostruzioni voi, diletti Figli e Figlie, potrete avere parte importante. Giacchè, se è vero che, la società moderna insorge contro l'idea e contro il nome stesso di una classe privilegiata, non è men vero che, al pari delle società antiche, anche essa non potrà far a meno di una classe laboriosa e, per ciò stesso, partecipante ai circoli dirigenti. Spetta dunque a voi di mostrare francamente che siete e intendete essere un ceto volonteroso ed attivo. Voi lo avete del resto ben compreso, e i figli vostri ancor più chiaramente lo comprenderanno e vedranno: nessuno vale a sottrarsi alla legge originale e universale del lavoro, per svariato e molteplice che sia e appaia nelle sue forme dell'ingegno e della mano. Onde Noi siamo sicuri che la magnanima vostra generosità saprà far proprio questo sacro dovere non meno coraggiosamente, non meno nobilmente che i vostri grandi obblighi di cristiani e di gentiluomini, discendenti come siete di avi, la cui operosità esaltano e tramandano all'età nostra tanti stemmi marmorei nei palazzi dell'Urbe e delle terre d'Italia.

Vi è, del resto, un privilegio che nè il tempo né gli uomini varranno a rapirvi, se voi stessi, non più meritandolo, non consentite a perderlo: quello di essere i migliori, gli “optimates”, non tanto per la copia delle ricchezze, il lusso delle vesti, lo sfarzo dei palazzi, quanto per la integrità dei costumi, per la rettitudine del vivere religioso e civile; il privilegio di essere patrizi, “patricii”, per le eccelse qualità della mente e del cuore; il privilegio infine di essere nobili, “nobiles”, vale a dire uomini, il cui nome è degno di essere conosciuto e le azioni di venir citate ad esempio ed emulazione.

Per voi, in tal guisa operando e proseguendo, sempre più risplenderà e continuerà la nobiltà avita; e dalle mani stanche dei vegliardi a quelle vigorose dei giovani trapasserà la fiaccola della virtù e dell'azione, luce silenziosa e calma di tramonti dorati, che si ravviva in novele aurore a ogni nuova generazione, coi lampi di una fiamma di aspirazioni generose e feconde.

Tali sono, diletti Figli e Figlie, i voti che innalziamo a Dio per voi, pieni di fiduciosa speranza, mentre, come pegno delle più elette grazie celesti, impartiamo a tutti e a ciascuno di voi, a tutti i vostri cari, a tutte le persone che avete nella mente e nel cuore, la Nostra paterna Apostolica Benedizione.

(Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, Tipografia Poliglotta Vaticana, 8/1/1940, pp. 471-474).

jueves, 8 de mayo de 2008

Federación Internacional Juventutem

Creado el sitio web de la Federación Internacional Juventutem
Fuente: Zenith.

Jóvenes ligados a la «forma extraordinaria» de la liturgia romana

ROMA, domingo, 4 mayo 2008 (ZENIT.org).- La Federación Internacional Juventutem (FIJ), una red católica par la santificación de la juventud que hace especial referencia a la «forma extraordinaria» de la liturgia romana, acaba de inaugurar su sitio web.

La Federación reúne a grupos e individuos ligados con los compromisos de Juventutem en el mundo entero. Es una estructura independiente para los jóvenes, fiel a la jerarquía de la Iglesia y apolítica. El nuevo sitio es www.juventutem.org, informa a Zenit Armand de Malleray, asistente eclesiástico de la Federación.

La finalidad de esta red católica es «la santificación de la juventud en el mundo entero según las tradiciones romanas de la Iglesia» y, añade el sitio en sus objetivos, «deseamos contribuir a la santificación de los miembros de Juventutem y de todos nuestros contemporáneos jóvenes».

Fundada en la fiesta de María Auxiliadora, el 24 de mayo de 2006, en Berna, Suiza, tiene 31 cofundadores de 16 países de todos los continentes: Rusia, Alemania, Australia, Italia, China, Irlanda, Brasil, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Hungría, Suiza, Kenya, España, Países Bajos y Austria.

Los compromisos de sus miembros consisten en recitar todos los días un salmo o una oración, entrar en una iglesia o en un oratorio una vez a la semana para adorar al Señor, una vez al año o más seguir la Santa Misa en el rito romano de 1962, confesarse, y participar en el nombre de Juventutem en una actividad de fe (Hora Santa, reunión doctrinal, iniciativa pro-vida, acción caritativa, excursión, etc.).

El presidente de la Comisión Pontificia «Ecclesia Dei», el cardenal Darío Castrillón Hoyos, dirigió una carta a los miembros de la Federación el 17 de enero de 2008 en la que les anima en su misión.

«Son ustedes unos jóvenes católicos leales hacia la jerarquía de la Iglesia y atraídos por la 'forma extraordinaria' de la liturgia romana, particularmente el misal del Beato Juan XXIII. Les aliento a realizar su meta, esto es, la santificación por las tradiciones romanas de la Iglesia», dice el cardenal Castrillón en su carta.

«La presencia de vuestros pequeños grupos en Asia, Europa, África, América y Oceanía ilustra la atracción universal de las formas mas antigua de la liturgia romana, cuya trascendencia especial se une finalmente a las culturas más diversas», añade.

El cardenal Castrillón reconoce que los miembros de Juventutem reciben por esta liturgia «un apoyo particular para conocer y amar mejor a Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, como escribía el Santo Padre el 7 de julio de 2007: 'Justo después del Concilio Vaticano II, podíamos suponer que la demanda de uso del Misal de 1962 se habría limitado a la generación más mayor, la que había envejecido con él, pero entretanto ha aparecido claramente que los jóvenes descubrían igualmente esta forma litúrgica, se sentían atraídos por ella y encontraban una forma de encuentro con el misterio de la Santísima Eucaristía, que les convenía particularmente' [Carta a los Obispos que acompaña el Motu Propio Summorum Pontificum]».

El emblema del ostensorio que ha elegido Juventutem, afirma el presidente de «Ecclesia Dei» es «signo de vuestra devoción hacia el Sacramento de la Eucaristía» y se congratula de que participen en el Congreso Eucarístico Internacional de Québec en junio próximo.

Concluye renovando sus «estímulos por vuestro progreso en la piedad y amistad cristianas, a través de las tradiciones romana de la Iglesia» y deseando que «puedan encontrar una santificación cada vez más profunda, que haga de ustedes testigos calurosos del Amor de Cristo en la comunión de su Iglesia».

sábado, 3 de mayo de 2008

La separación de la Iglesia y el estado, ¿es algo bueno?


En Puerto Rico desde pequeños nos enseñan que la política nunca se debe mezclar con la religión. Se considera casi un dogma de fe el que debe haber una separación entre la Iglesia y el Estado. ¿Es esto verdad? ¿Qué enseña la Santa Madre Iglesia sobre la separación entre la Iglesia y el estado?

Para comenzar, hay que notar que la Iglesia, no sólo no se opone, sino que fomenta, el que el Estado entrone al catolicismo como su religión oficial y que promueva y defienda dicha religión. He aquí una exhortación del Santo Padre Gregorio XVI a los príncipes de estados cuya religión oficial es el catolicismo, en su enciclica Mirari Vos (1832):

Que también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será, digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.

El Santo Padre León XIII, en su encíclica Annum Sacrum, lamenta el que la modernidad haya creado una separación entre la Iglesia y el Estado:

En estos últimos tiempos, sobre todo, se ha erigido una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión no tenga ningún papel en la vida pública. Esta actitud desemboca en la pretensión de suprimir en el pueblo la ley cristiana; si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma tierra.Siendo los espíritus la presa de un orgullo tan insolente, ¿es que puede sorprender que la mayor parte del género humano se debata en problemas tan profundos y esté atacada por una resaca que no deja a nadie al abrigo del miedo y el peligro? Fatalmente acontece que los fundamentos más sólidos del bien público, se desmoronan cuando se ha dejado de lado, a la religión. Dios, para que sus enemigos experimenten el castigo que habían provocado, les ha dejado a merced de sus malas inclinaciones, de suerte que abandonándose a sus pasiones se entreguen a una licencia excesiva.
De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el mundo y que Nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos. ¿Y quién es éste sino Jesucristo, Hijo Único de Dios, "pues ningún otro nombre le ha sido dado a los hombres, bajo el Cielo, por el que seamos salvados" (Act 4:12). Hay que recurrir, pues, al que es "el Camino, la Verdad y la Vida".
Ya de manera más solemne, el Papa Beato Pío IX condenó varios errores modernos tocantes a la sociedad civil considerada en sí misma y en sus relaciones con la Iglesia (y otros errores tocantes al liberalismo de nuestros días). Esto va directamente en contra del 'dogma' de la separación entre la Iglesia y el Estado:

Pues sabéis muy bien, Venerables Hermanos, se hallan no pocos que aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio que llaman del naturalismo, se atreven a enseñar «que el mejor orden de la sociedad pública, y el progreso civil exigen absolutamente, que la sociedad humana se constituya y gobierne sin relación alguna a la Religión, como si ella no existiesen o al menos sin hacer alguna diferencia entre la Religión verdadera y las falsas.» Y contra la doctrina de las sagradas letras, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan afirmar: «que es la mejor la condición de aquella sociedad en que no se le reconoce al Imperante o Soberano derecho ni obligación de reprimir con penas a los infractores de la Religión católica, sino en cuanto lo pida la paz pública.» Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma Encíclica Mirari), a saber: «que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil.»

Pero cuando esto afirman temerariamente, no piensan ni consideran que predican la libertad de la perdición (San Agustín, Epístola 105 al. 166), y que «si se deja a la humana persuasión entera libertad de disputar, nunca faltará quien se oponga a la verdad, y ponga su confianza en la locuacidad de la humana sabiduría, debiendo por el contrario conocer por la misma doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, cuan obligada está a evitar esta dañosísima vanidad la fe y la sabiduría cristiana» (San León, Epístola 164 al. 133, parte 2, edición Vall). Y porque luego en el punto que es desterrada de la sociedad civil la Religión, y repudiada la doctrina y autoridad de la divina revelación, queda oscurecida y aun perdida hasta la misma legítima noción de justicia y del humano derecho, y en lugar de la verdadera justicia y derecho legítimo se sustituye la fuerza material, vese por aquí claramente que movidos de tamaño error, algunos despreciando y dejando totalmente a un lado los certísimos principios de la sana razón, se atreven a proclamar «que la voluntad del pueblo manifestada por la opinión pública, que dicen, o por de otro modo, constituye la suprema ley independiente de todo derecho divino y humano; y que en el orden público los hechos consumados, por la sola consideración de haber sido consumados, tienen fuerza de derecho.»

El mismo Santo Padre publicó una lista de proposiciones condenadas en forma de un "Indice de errores" (Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores) en el año 1864. He aquí algunos de estos errores, que forman parte tan central en el credo de la política puertorriqueña hoy día:

XL.
La doctrina de la Iglesia católica es contraria al bien y a los intereses de la sociedad humana. (Condenada: Encíclica Qui pluribus, 9 noviembre 1846; Alocución Quibus quantisque, 20 abril 1849)

XLVIII.
Los católicos pueden aprobar aquella forma de educar a la juventud, que esté separada, disociada de la fe católica y de la potestad de la Iglesia, y mire solamente a la ciencia de las cosas naturales, y de un modo exclusivo, o por lo menos primario, los fines de la vida civil y terrena. (Condenada: Carta al Arzobispo de Friburgo Quum non sine, 14 julio 1864)

LV.
Es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia. (Condenada: Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852)


LXXVII.
En esta nuestra edad no conviene ya que la Religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de otros cualesquiera cultos. (Condenada: Alocución Nemo vestrum, 26 julio 1855)

LXXVIII. De aquí que laudablemente se ha establecido por la ley en algunos países católicos, que a los extranjeros que vayan allí, les sea lícito tener público ejercicio del culto propio de cada uno. (Condenada: Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852)

LXXIX. Es sin duda falso que la libertad civil de cualquiera culto, y lo mismo la amplia facultad concedida a todos de manifestar abiertamente y en público cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y los ánimos, y a propagar la peste del indiferentismo. (Condenada: Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)


LXXX.
El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización. (Condenada: Alocución Jamdudum, 18 marzo 1861)



Explicado de manera positiva, al igual que cada individuo tiene la obligación de aceptar a Cristo cómo redentor y a la Iglesia como madre, así el Estado mismo tiene la obligación de aceptar a Cristo como Rey de la sociedad y al catolicismo como su religión oficial. De hecho, la mejor constitución civil es la que declara a Cristo como Rey de la sociedad y a la religión Católica como religión oficial.*

*Tal lo era nuestra Patria, España (al igual que sus provincias ultramarinas, particularmente Puerto Rico) hasta justo después del Concilio Vaticano II, cuando el Gobierno supuso erroneamente que el Magisterio Ordinario de la Iglesia había cambiado su doctrina infalible e immutable--algo absurdo--sobre la obligación que tiene el Estado de acceptar al catolicismo como religión oficial. (Por supuesto, Puerto Rico dejó de ser oficialmente católico debido a circunstancias muy diferentes y mucho anteriores al Concilio, ya en el 1898, cuando pasó de provincia de reyes católicos a ser colonia de masones norteamericanos).

Pero, dado que el Magisterio de la Iglesia--tanto ordinario como extraordinario--no puede contradecirse ni caer en error, la enseñanza del Concilio debe ser un desarrollo harmonioso y compatible con la doctrina de siempre. Véase la encíclica Quas primas del Santo Padre Pío XI, donde el Pontífice nos dice que Cristo debe de reinar, no sólo privadamente, en nuestros corazones y en nuestras familias, sino también publicamente, en la sociedad civil:

El Reino de Cristo...

b) En lo temporal

15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen. Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales (27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano (28).

c) En los individuos y en la sociedad

16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos (29). El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo—lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido» (31).

17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los
hombres (32).

18. Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.

¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente—diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre (33).

Fuentes: